13.1.16

Víctor Hugo: vivir ocultando el pasado es un infierno grande

En una de sus verborrágicas diatribas contra Relato Oculto, a Víctor Hugo Morales se le escapó decir que había creído que tendría más fotos suyas con militares. Ahora sé por qué lo dijo.
En base a distintas pistas que los lectores me han ido acercando, he podido confirmar dos novedades respecto a Morales. La primera es que sus relaciones de amistad y compañerismo con personal militar durante la dictadura no estuvieron acotadas al batallón Florida. La segunda es que a fines de los años 90 el relator deportivo impidió que se publicara una biografía realizada por uno de los más prestigiosos periodistas uruguayos, para que no se recordaran aspectos de su vida que en ese momento consideraba inconvenientes de rememorar.

Donde calienta el sol

Además de la intensa vida social que desarrolló en el batallón Florida y con sus integrantes en la noche montevideana durante 1975, 76 y 77, tal como lo documenta Relato Oculto con once testimonios de personas que lo atestiguan con nombre y apellido, tres de ellos de civiles, además de fotos y la grabación de un discurso suyo en ese cuartel, Víctor Hugo Morales también frecuentó otras unidades militares durante la dictadura, entre ellas el batallón 13 de Infantería del Ejército.
Su concurrencia a este cuartel se prolongó durante dos o tres años, entre 1976 y 1979, según estimaron las fuentes consultadas. Víctor Hugo, con el equipo de Canal 4 eran infaltables participantes de unos campeonatos de fútbol cuadrangulares que se realizaban en ese cuartel, y que siempre terminaban con un asado de camaradería convocado con el pretexto de entregar los premios. Tales festejos se celebraban en una barbacoa ubicada dentro del predio militar que era conocida como el Rancho 12.
Allí también todos los viernes se celebraba una comida a las que en ocasiones también asistía Víctor Hugo Morales y otras figuras de Canal 4, como el periodista Imazul Fernández.
Según recuerda el hoy general retirado Mario Aguerrondo, jefe del Batallón de Infantería 13 en esos años,  Víctor Hugo “iba a jugar al fútbol y también alguna vez fue al Rancho 12, donde se hacía un almuerzo todos los viernes. Era amigo de los oficiales. Aunque yo no participaba de los campeonatos de fútbol, más de una vez lo vi en el batallón”.
“En una reunión social de la que participó me acuerdo hasta hoy de ver a Víctor Hugo comentando que se iba a casar con una muchacha de 16 años. Me impresionó por la edad de la muchacha, supongo que por eso me quedó grabado”, dijo Aguerrondo.
Víctor Hugo se casó en 1978, según relató su esposa en una entrevista publicada por la revista Para Ti el 3 de julio de 2006. Allí cuenta que conoció y se enamoró de Víctor Hugo en una clase de inglés cuando tenía 14 años.
El segundo jefe de la unidad en aquel entones, el hoy teniente coronel retirado Eduardo Gre, un experto tirador que ha representado a Uruguay en campeonatos mundiales y Juegos Panamericanos, también recuerda al relator. “Aquellos campeonatos de fútbol se hicieron por lo menos durante tres años. Víctor Hugo participaba siempre. En una de las entregas de premios se sacó fotos poniéndose nuestros correajes”.
El correaje es el cinturón del uniforme militar en el cual se colocan el sable y el revólver.
Gre, que en aquellos años tenía el grado de mayor y en 1981 decidió dejar la carrera militar en busca de otros horizontes profesionales, recuerda que, además de Canal 4, otros dos de los participantes en aquellos campeonatos eran la Contaduría General de la Nación y el propio Batallón 13 de Infantería.
La elección de los participantes no era casual. La Contaduría era la oficina que liberaba el dinero para pagar los sueldos y venía bien confraternizar con sus integrantes. Respecto a Canal 4 las implicancias son obvias.
Aguerrondo y Gre señalaron que el nexo de su unidad militar con los equipos invitados a participar de aquellos amistosos torneos cívico- militares era el entonces capitán Mario Frachelle, hoy coronel retirado, quien hizo saber a través de un allegado que prefería no hacer declaraciones.
La presencia de Víctor Hugo Morales en el 13 de Infantería fue confirmada por otros dos oficiales de aquel momento. Fredy de Castro, que revistó en esa unidad como teniente entre 1975 y 77, y luego en 1979, recuerda haber visto varias veces al relator de fútbol.
“Lo conocí allí. Eso lo declaro hasta en el Tribunal de La Haya”, afirmó. “Era un bohemio, un pesado, un hombre de la noche. En aquellos años el sol calentaba para ese lado y se acercaba allí. Hoy el sol calienta para otro lado y se acerca a Cristina”.
También el hoy coronel retirado Mario Cola Silvera confirmó la presencia de Morales en el 13 de Infantería: “Jugaba al fútbol con nosotros, sin ningún titubeo, no había dictadura ni nada. Es un mentiroso. Pero no quiero ni recordarlo. De esto no quiero hablar más nada”.
El Batallón 13 de Infantería, ubicado entonces y hoy sobre avenida de las Instrucciones, ha sido denunciado como un centro importante de detención y torturas durante la dictadura por lo cual se ganó el mote de “Infierno grande”. Se lo vincula a la Operación Morgan, iniciada en 1975 contra el Partido Comunista, en el marco de la cual desaparecieron o fallecieron una veintena de militantes de esa organización política.
Aguerrrondo declaró, tal como ha señalado otras veces, también en la Justicia, que su unidad no participó de la Operación Morgan. Sostuvo que los comunistas apresados fueron encerrados en un predio lindero a su batallón, perteneciente al Servicio de Material y Armamentos del Ejército. “Era otra unidad. Había un coronel a cargo, el coronel May. No tenía que ver con nosotros. Siempre me quedó la espina de saber por qué llaman Infierno al 13”.
Gre dijo que el Batallón 13 se limitaba a brindarle la custodia perimetral a sus vecinos del Servicio de Material y Armamento.

Biografía prohibida

 En setiembre de 1998 la revista Guambia publicó una entrevista a Víctor Hugo Morales. El relator deportivo había llegado a Montevideo a presentar su libro Un grito en el desierto. Respecto a futuras obras, en la entrevista Morales dijo:
“No pienso escribir hasta el año que viene, porque no le puedo salir al cruce a un libro que va a sacar César Di Candia sobre mí. Una cosa insólita”.
Sin embargo, han pasado 14 años desde entonces y el libro de Di Candia sobre Víctor Hugo nunca se publicó.
No hay que presentar a César Di Candia, uno de los periodistas más respetados y prestigiosos del Uruguay. Supongo que Víctor Hugo Morales no podrá decir que es derecha ni que está comprado por Clarín. En el escritorio donde trabaja Di Candia, en el fondo de su casa, abundan las fotos de Zelmar Michelini y Líber Seregni.
La relación entre Di Candia y Víctor Hugo Morales comenzó mucho antes de aquel libro que nunca se publicó.
En 1979 Di Candia era el editor de Ediciones de la Plaza, el sello editorial del diario El País. Los dueños del diario le habían dado ese puesto porque temían emplearlo como periodista dadas sus ideas y la censura reinante. “Me dijeron que no podía escribir ni siquiera la leyenda de una foto”, recuerda el reconocido entrevistador, autor de numerosos libros.
Fue Di Candia quien le sugirió a Víctor Hugo que escribiera El Intruso, su primera autobiografía, en la que cuenta su enfrentamiento con los dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol, la prohibición que estos le impusieron en 1978 de entrar al estadio a relatar los partidos y la casi inmediata rehabilitación decretada por el gobierno dictatorial.
“La dictadura, en una reunión del gobierno en Rivera, lo salvó de una especie de cese de funciones a la que lo había condenado la AUF”, recordó Di Candia. “Jamás de los jamases la dictadura lo persiguió”.
Veinte años después de aquellos acontecimientos, Di Candia comenzó a escribir una biografía de Víctor Hugo Morales, con su colaboración y aquiescencia. La obra sería publicada por la uno de los sellos de la editorial Santillana.
“Viajé muchas veces a Buenos Aires a entrevistarlo. Estuve varias veces en su hermoso apartamento de Belgrano, en un piso muy alto, desde donde se ve incluso la costa uruguaya. Hablamos mucho y me contó un montón de cosas. También entrevisté a familiares, amigos, a sus maestras de la escuela, conversé con muchísima gente”.
Di Candia además consiguió un material muy valioso: una valija con todas las entrevistas que le habían realizado a Morales desde que había llegado a la Argentina, lo que le permitió organizar el libro en dos partes: la biografía en sí misma y un apéndice con opiniones del relator sobre los temas más variados.
La sorpresa llegó cuando terminó de escribir el libro. Di Candia le entregó el original a Santillana y la editorial se lo mostró a Víctor Hugo Morales.
“A él no le gustó que yo tomara algunos pasajes de El Intruso y los incluyera en la biografía. Eran cosas que él mismo había escrito y contado en su propio libro”, rememoró el reconocido escritor, uno de los mejores entrevistadores que ha dado el Uruguay.
Según recuerda el periodista, los pasajes tomados de El Intruso que molestaban a Morales eran aquellos que narraban que, cuando era joven, se colaba en cines y espectáculos varios, y robaba objetos diversos de los comercios en su pueblo. (Esos avatares están relatados en el capítulo 2 de Relato Oculto, tomando como fuente El Intruso y una entrevista realizada a Morales por el propio Di Candia en Búsqueda, en 1987).
Víctor Hugo Morales dijo que si esos pasajes no eran eliminados del libro, el libro no podría salir a la venta.
“Yo le respondí que no iba a sacar absolutamente nada, porque todo era cierto, tan cierto que él mismo lo había escrito”, recordó Di Candia.
La editorial presionó buscando que se llegara a un acuerdo, pero las posiciones se mantuvieron incambiadas. Víctor Hugo Morales sostenía que no era conveniente para su figura que se recordara lo que él mismo había escrito años atrás. Finalmente el libro nunca se publicó y a Di Candia se le pagaron algo más de 2.000 dólares a modo de compensación por el trabajo realizado.
“Era poco dinero tomando en cuenta que se trataba de un libro que podía haber hecho mucha plata”, relató.
La historia que cuenta Di Candia es valiosa porque retrata a un personaje que siempre está retocando su pasado, ocultando y borrando partes de su vida según su conveniencia presente. Apelando incluso a su poder de censura para frenar la publicación de un libro que solo citaba lo que él mismo había escrito antes.
Borrar el propio pasado e inventarse uno nuevo puede parecer fácil. Pero vivir pendiente de que el invento no se desmorone es una carga muy pesada. Un verdadero infierno grande.

Voces, Víctor Hugo Morales, dictadura
Publicado en el semanario Voces, el 13 de setiembre de 2012.

7.12.15

Algunas aclaraciones y respuestas

Las repercusiones de la entrada anterior de este blog han superado en mucho lo que yo esperaba.
He cancelado cinco entrevistas que ya tenía agendadas en radio y televisión, y rechazado otras tantas porque no quiero ganar popularidad con esto.
Sin embargo, siento que en el debate que se ha generado se está tergiversando lo que escribí.
Trataré entonces de aclarar algunos puntos y responder a algunas preguntas  interesantes que se me hacen.
Si alguno tiene alguna interrogante más, puede hacerla llegar y, en la medida de lo posible, trataré de responder.

-¿Qué grado de responsabilidad tiene usted en esto? ¿No debió haber una autocrítica en el artículo?
-Escribí: "Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal". Creo que ambas frases son claras y siempre estuvieron allí, aunque algunos no quisieron ni quieren verlas. Por supuesto, asumo mi cuota parte de responsabilidad.
-¿No será que le faltan conocimientos pedagógicos?
-Seguramente, sí. Soy periodista, esa es mi profesión, mi oficio y mi principal medio de vida. Llegué a dar clases a través del periodismo, sin estudios docentes. Obviamente, no es el ideal. De todos modos, creo que los más indicados para calificarme como docente son los que han sido mis estudiantes.
-¿No podría sencillamente prohibir que usen las computadoras y los teléfonos?
-Las computadoras son imprescindibles en un curso de periodismo, porque se práctica escribiendo en clase, simulando los plazos y tiempos de una redacción, y se leen noticias. También las correcciones las hacemos en la pantalla, de modo que todos puedan aprender de los trabajos de todos. Entonces tenemos la computadora, le sacamos mucho jugo, pero al mismo tiempo está encendida y es una tentación muy grande usarla en otro sentido. Más de una vez pensé en dictar clase en un aula sin computadoras, pero siempre lo descarté por considerarlo un retroceso y un sinsentido.
-¿Y los celulares?
-Los teléfonos no tienen una aplicación concreta en el curso, salvo cuando hacemos ejercicios en la calle, cuando les pido que los usen para grabar y sacar fotos. La regla es que los teléfonos no pueden sonar en la clase, y eso se respeta. Pero, unos más desimuladamente que otros, comienzan a usarlos en el salón para chatear y responder mensajes. Y son un porcentaje alto. Podría echar a quien los usa en clase, es cierto. Pero me resisto a ser docente en esos términos.
-¿No se puede implementar que se los deje en una canasta al ingresar al aula y que los recogieran al salir?
-Sí, se podría. En algunos lugares se hace. A mí me parece una buena idea. Pero considero que no corresponde que la imponga un docente aislado, sino la institución, para todas las clases.
-¿Por qué estudiantes de periodismo están tan desinformados?
-Estos dos cursos eran del ciclo básico de la carrera, donde los estudiantes aun no optaron por la orientación que seguirán: periodismo, publicidad, audiovisual o comunicación corporativa. Es decir, no todos, ni siquiera la mayoría, quiere ser periodista. Eso podría justificar en algo el asunto de la desinformación. De todos modos, no creo que una sociedad democrática sea viable con ciudadanos tan desinformados, sean o no periodistas o futuros periodistas. Y el bache que los muchachos arrastran en este sentido es alarmante.
-¿No generaliza respecto a los estudiantes? ¿No hay algunos con deseos de aprender? ¿No hay algunos por los que vale la pena seguir esforzándose?
-Sí, siempre hay. Los grupos no son homogéneos. También en mis dos grupos de este semestre hubo jóvenes que demostraron mayor compromiso y curiosidad. Lo dramático es verlos tan en minoría.
-¿Es un problema de la ORT?
-Hace muchos años que no doy clase en otro lado. Pero soy periodista y hablo con la gente. Hay cientos de profesores en secundaria y en las universidades lidiando con situaciones similares. Ahora me he trasformado en una antena y tengo, literalmente, cientos de mensajes que me describen situaciones como las que yo relaté y mucho peores, en muchas otras instituciones educativas, fuera de Uruguay también. Querer centrar el problema en ORT es una visión ridícula que evidentemente responde a otros intereses.
-¿Las redes sociales tienen la culpa? ¿Acaso no tienen elementos positivos?
-Claro, son herramientas maravillosas. Yo las uso en mi vida personal y profesional, como periodista y también como docente en las clases. Desde hace muchos años siempre creo un grupo de Facebook del curso, donde compartimos materiales de interés y se cuelgan los trabajos, que luego todos pueden ver en la pantalla y corregir en conjunto. Pero, claro, tener el Facebook abierto refuerza la tentación de prestar atención a otras cosas.
-¿Usted culpa a las maestras?
-No. Es evidente que el problema está en muchos lados al mismo tiempo y eso es lo que lo hace difícil de solucionar. Solo aludí a aquellas maestras que no corrigen las faltas de ortografía, por nombrar a uno de los muchos eslabones de la cadena que no están funcionando. Pero hay maestras que corrigen las faltas y otras que no. Las que yo más conozco, porque han sido las de mi hija, siempre las corrigieron. Y cuando en algún momento tuve dudas, inmediatamente fui a hablar a la escuela. Pero hay otras que no lo hacen: cuando dirigía el suplemento Qué Pasa hicimos un informe sobre este tema, con datos alarmantes. Sobre todo porque hay una corriente intelectual que defiende este tipo de posturas, con la justificación de no estigmatizar a los niños.

Ver también: Qué lo parió, Mendieta.

3.12.15

Con mi música y la Fallaci a otra parte

Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez.
No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún día a dictar clases en una licenciatura en comunicación.
Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.
Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.
Claro, es cierto, no todos son así.
Pero cada vez son más.
Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de lado durante 90 minutos -aunque más no fuera para no ser maleducados- todavía tenía algún efecto. Ya no. Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal. Pero hay algo cierto: muchos de estos chicos no tienen conciencia de lo ofensivo e hiriente que es lo que hacen.
Además, cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado.
Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante en 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea. Les pregunté si sabían qué uruguayo estaba en medio de esa tormenta. Obviamente, ninguno sabía. Les pregunté si conocían quién es Almagro. Silencio. A las cansadas, desde el fondo del salón, una única chica balbuceó: ¿no era el canciller?
Así con todo.
¿Qué es lo que pasa en Siria? Silencio.
¿De qué partido tradicionalmente es aliado el PIT-CNT? Silencio.
¿Qué partido es más liberal, o está más a la "izquierda" en Estados Unidos, los demócratas o los republicanos? Silencio.
¿Saben quién es Vargas Llosa? ¡Sí!
¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno.
Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado. Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales.
En un ejercicio en el que debían salir a buscar una noticia a la calle, una estudiante regresó con esta noticia: todavía existen kioscos que venden diarios y revistas.
En la Naranja Mecánica, al protagonista le mantenían los ojos abiertos con unas pinzas, para que viera una sucesión interminable de imágenes, veloces, rápidas, violentas.
Con la nueva generación no se necesitan las pinzas.
Selfies Facebook Naranja MecánicaUna sucesión interminable de imágenes de amigos sonrientes les bombardea el cerebro. El tiempo se les va en eso. Una clase se dispersaba por un video que uno le iba mostrando a otro. Pregunté de qué se trataba, con la esperanza de que sirviera como aporte o disparador de algo. Era un video en Facebook de un cachorrito de león que jugaba.
El resultado de producir así, al menos en los trabajos que yo recibo, es muy pobre. La atención tiene que estar muy dispersa para que escriban mal hasta su propio nombre, como pasa.
Llega un momento en que ser periodista te juega en contra. Porque uno está entrenado en ponerse en los zapatos del otro, cultiva la empatía como herramienta básica de trabajo. Y entonces ve que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es solo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos. Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo.
Entonces, cuando uno comprende que ellos también son víctimas, casi sin darse cuenta va bajando la guardia.
Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante.
No quiero ser parte de ese círculo perverso.
Nunca fui así y no lo seré.
Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible.
Justamente, porque creo en la excelencia, todos los años llevo a clase grandes ejemplos del periodismo, esos que le encienden el alma incluso a un témpano. Este año, proyectando la película El Informante, sobre dos héroes del periodismo y de la vida, vi a gente dormirse en el salón y a otros chateando en WhatsApp o Facebook.
¡Yo la vi más de 200 veces y todavía hay escenas donde tengo que aguantarme las lágrimas!
También les llevé la entrevista de Oriana Fallaci a Galtieri. Toda la vida resultó. Ahora se te va una clase entera en preparar el ambiente: primero tenés que contarles quién era Galtieri, qué fue la guerra de las Malvinas, en qué momento histórico la corajuda periodista italiana se sentó frente al dictador.
Les expliqué todo. Les pasé el video de la Plaza de Mayo repleta de una multitud enloquecida vivando a Galtieri, cuando dijo: "¡Si quieren venir, que vengan! ¡Les presentaremos batalla!".
Normalmente, a esta altura, todos los años ya había conseguido que la mayor parte de la clase siguiera el asunto con fascinación.
Este año no. Caras absortas. Desinterés. Un pibe despatarrado mirando su Facebook. Todo el año estuvo igual.
Llegamos a la entrevista. Leímos los fragmentos más duros e inolvidables.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Ellos querían que terminara la clase.
Yo también.

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Ver también: algunas aclaraciones y respuestas.
Ver también: Qué lo parió, Mendieta.
Ver también: La enfermedad del peridismo

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